Guía rápida para drenar un cerebro infortunado

Paso 1: Acepte que tiene un cerebro infortunado. Deje de lado el corazón, el alma y el espíritu… todo parte de una cabeza sana y si se queja demasiado, si tiene muchos conflictos, si algo ocurre cuando estalla, mejor acepte que tiene problemas.

Paso 2: Escúchese cuando habla con los demás y detecte esas emociones que lo hacen saltar de su silla y prenderse cual mecha, Pero sobre todo, escúchese… ¿no será que es demasiado duro con usted?

Paso 3: ¿Conoce a sus demonios? Hable con ellos, salúdelos. Lo acompañarán toda la vida. Cuando lo metan en problemas acéptelo, deles un abrazo y recuerde que es un humano y puede cometer errores. Claro, si sus demonios hacen que mate a un cristiano o alguna mascota, mejor vaya donde un psiquiatra.

Paso 4: Escriba todo en tercera persona. Drenar un cerebro le permitirá tener un corazón con menos carga emocional. Dele forma a todas esas voces en su cabeza que lo atormentan. Se sorprenderá cuando los vea en forma de personajes… le aseguro que hasta aprenderá a controlarlos.

Paso 5: Haga ejercicios como este, en el que cree que le está explicando a alguien más cómo resolver su vida cuando, en el fondo, es un intento por comprenderse usted mismo. Es sumamente divertido.

Paso 6: Drene su cerebro respirando. Recuerde lo que decía Saramago: todo parte del cerebro, es lo más importante del cuerpo humano, lo demás se siente, pero el cerebro lleva la batuta. Gobiérnelo.

Paso 7: Anímese a aprender cosas diferentes: teatro, canto, pintura, poesía… algo que le remueva sus entrañas y le recuerde que es bien bonito tener ilusiones. Luego uno se da sus madrazos, pero no importa, porque lo bailado nadie se lo quitará.

Paso 8: Comparta sus experiencias en un libro, todos tienen algo que contar, todos tienen una historia. ¿Quién dijo que usted no?

Paso 9: Ámese y drene su cerebro. Dré-ne-lo.

¡Buena vida!

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Los versos del mayor hit de Collective Soul… escritos en los muros del dormitorio del asesino de Virginia Tech

RADIOLARIA

collective En la mañana del 16 de abril de 2007, Cho Seung-Hui sembró el horror en las instalaciones de la Universidad Tecnológica de Virginia al protagonizar una serie de tiroteos contra el alumnado de la universidad, mismos que se extendieron durante al menos un par de horas con un saldo de 32 muertos. Luego… el surcoreano se suicidó.

El chico, fanático del baloncesto, estaba a punto de terminar la licenciatura en Inglés y pasaba sus días encerrado en el edificio Harper del campus. Fue descrito como un tipo ensimismado, sin amigos ni pareja. Según fuentes citadas por la prensa de Estados Unidos, en una nota de despedida Cho se mostró molesto por la moral «relajada» de la juventud norteamericana y criticaba, específicamente, a mujeres y niños ricos.

Poco después, la CNN reveló además que era fiel seguidor de Collective Soul, agrupación estadounidense cuyo tema noventero «Shine» le despertaba una enorme fascinación.

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Debut… más allá de un taller de teatro

ImagenEn la foto, Lola y Nidya, interpretando a Titina y Pola, en el momento en que Plúmbago llega a la historia…

Querido… querida…

No sé a quién dirigiré la carta, porque son tantas personas a las que les quiero contar lo que pasó que simplemente dejaré esa posibilidad abierta.

Me siento en las nubes. Descubrí una parte de mí que siempre estuvo dormida, esperando, conteniendo… como mirando detrás de un muro, escondida. Y la encontró el teatro.

Luego del estreno de “¡Adiós, querido Cuco!” de Berta Hiriart, que se realizó este 16 de marzo en el Foro Cultural Coyoacanense “Hugo Argüelles”, algo cambió dentro de mí. Dentro de nosotros.

Nunca pensé la magnitud. Jamás dimensioné las consecuencias de lo que hicimos, en nosotros mismos y en quienes lo compartieron con nosotros. No pensamos en nada, sólo lo hicimos. Definimos un comienzo y el tener claro a dónde teníamos que llegar, sin fijarnos mucho en lo que teníamos que hacer. Sin poner atención en los obstáculos.

Todo el taller, ahora lo sé, se había visualizado como nos vimos y nos sentimos el domingo.

Tal como debe de ser en las tablas del escenario, todo fluyó orgánicamente: los ensayos, la elección de la obra, los personajes en cada actor… encontrar a Casa Alianza, que nos prestaran a sus niños y llevarlos al estreno con el único fin de compartir el teatro con quienes más lo necesitan, ya sea como actores o espectadores.

Yo lo necesito como actriz. Como escritora. Ahora lo sé.

Estábamos tras bambalinas, con el estómago hecho un nudo. Era la primera vez, al menos, para dos de los cinco actores (obvio, yo era una de los primerizos). Dos mantenían cierta templanza y una tenía pánico de que los chicos resultaran hostiles.

Y la obra comenzó. Cuando escuché las primeras risas, luego de mi apertura como pajarraco, sentí que pertenecía a algo. A ese algo que estaba ahí, que conectó a la gente con nosotros, que los hizo reír y llorar. Que nos hizo sentir.

Jamás pensé en eso. Solamente hice lo que me nació. Y los demás también. A veces miro al teatro como una semilla. La siembras, le pones agua, te esfuerzas por cuidarla. El resto, lo hace solito. Es tan natural, tan orgánico, que sigo conmovida.

Creo que cualquiera puede ser actor. Creo que cualquiera debería de sentirse capaz de serlo. Claro, hay talentos, disciplinas, preparación y muchas cosas en distintos niveles. Pero esa sensación de creer que uno puede hacerlo, es impagable, incomparable. Y luego comprobar que, de hecho… ¡lo hiciste!

Luego, aplausos. Muchos. Fuertes y más fuertes. Abrazos, felicitaciones. Flores… Nunca dimensionamos esto. Queremos hacer teatro porque nos hace felices y queremos llevarlo a quienes nunca pueden ir. Es así de simple. Y la primera experiencia fue tan hermosa, tan conmovedora, que eso que estaba dormido en mí se despertó.

Mis compañeros en el escenario compartieron el mismo sentimiento. Lo supe cuando vi las gotas de sudor en sus frentes. Sus ojos llenos de sorpresa, de maravilla. De ver cómo todo pasó en una maravillosa hora y cómo nos felicitaban sin parar. Que por cantar, que por hacerlos llorar… que por hacerlos reír…

Qué ganas de hacer las cosas, nos dijeron. Qué caricia al alma, agradecieron. Llevamos la despensa que recaudamos con las donaciones de nuestros invitados a los chicos, las dejamos en una de las casas hogar que tienen y su reacción fue de emoción, de agradecimiento, de reconocer al pajarraco que los había hecho reír. El corazón se me apachurró y cuando salí, lloré de mucha, incontenible, maravillosa felicidad. Y la sonrisa se volvió interna.

La cuidaré.

Y estamos aquí, disfrutando de los nuevos nosotros, porque después de eso, jamás volveremos a ser los mismos.

Gracias por hacerlo posible. Gracias Nidya, Lola, Pablo, Raúl y Arturo. Gracias a quienes creyeron y estuvieron en ese momento mágico. Gracias. Vamos por un millón más.

 

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Intolerancia

Seré breve.

La intolerancia divide a las sociedades. Desde la discriminación por ser gay, discapacitado o simplemente porque las luchas de cada uno son distintas. Si mi batalla no se parece a la tuya, no deja de ser importante.

Eso me tomó mucho tiempo comprenderlo.

Prometo solemnemente dejar de ser intolerante con lo que es distinto a mí.

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Hazel

soñar-con-sol

Es una bebé de ocho meses. Es niña. Es hija de otra niña, pues tiene apenas 16 años. Llegó a nuestras vidas un 11 de noviembre, la misma fecha en que el abuelo cumplía años. Fue como si reencarnara, si es que existe la reencarnación. Hazel. Es una bebé diferente, no es parte del común. Bueno, si acaso tiene un común, son todos los niñitos que nacen con Síndrome de Down. Estuve impactada. La noticia fue fuerte cuando nació, porque nadie se lo esperaba. Yo sólo soy la tía. Ella es una bebé. Han pasado los meses y ya ha marcado mi vida de una manera interesante y hermosa. Pero no es un cliché. Jamás había sido testigo de la primera carcajada de un ser humano. Ella me la regaló y al mismo tiempo, se me salieron las lágrimas, sin permiso. Fue un acto reflejo. Es una bebé que te invita a amarla. Te abraza, te besa como puede, te pide que la ames. Y la amas. Así, gratuitamente, como ella te ama a ti. Gracias, Hazel.

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El día que entrevisté a un Nobel de Física

El 21 de febrero de 2013 tuve la oportunidad de hablar con George Smoot, Nobel de Física 2006 que fue galardonado por sus descubrimientos en torno a las «semillas cósmicas», las cuales, él sostiene, son las que dieron vida a las galaxias después del Big Bang Theory.

La entrevista se publicó en Publimetro México y aquella experiencia me dejó pensando en lo que me dijo en algún instante de nuestro breve encuentro:

– ¿Se imaginó ser un Nobel, ganar alguna vez?

«No. Yo siempre quise investigar por el único hecho de que necesitaba saber mi respuesta. Fue tal mi trabajo que de un proyecto de 15, terminamos siendo miles de personas buscándola. Creo que tienes que estar contento con lo que haces y sentirte satisfecho, porque el resto llega por añadidura».

George Smoot, México DF, 2013

 

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La manada en el metro

Tengo una teoría bien poco amable, pero no encuentro una mejor analogía. La gente cuando viaja en metro, cambia automáticamente a modus manada.

No importa nada: ni la señora que apenas puede caminar, ni la mamá esperando bebé, ni la otra mamá con un niño en brazos, ni el señor con un bastón o una sola pierna. Importa solo llegar.

No hay nada más desagradable que viajar en metro en hora pico (pick pa’ los amigos en Chile), pues el peinado, el orden que diste a tus cosas y lo que sea que traigas contigo corre peligro de romperse, desaparecer misteriosamente o simplemente estorbar…

La intolerancia parte de esa desesperación por llegar pronto a quién sabe dónde. Vaya, he visto chicas agarrarse a golpes porque una no deja salir a la otra, y bueno… empiezan a decirse de todo y a golpearse en la cara.

Una ocasión, un amigo contó que en el metro alguien tuvo un infarto y que otro alguien estaba a punto de activar la palanca de emergencias, hasta que se escuchó en el vagón: «¡No! ¡no! ¡que se me hace tarde!».

Uffff

Por eso creo que perdemos toda clase de humanidad en el metro y nos convertimos en manada.  El día que testifique lo contrario en hora pick (pico, pico po) créanme que hasta un poema escribiré.

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Gracias a la vida, que me…

Gracias a la vida, que me ha dado tanto

 

Imagen..Hace cuatro años, el 3 de marzo de 2008, llegué al aeropuerto de Santiago de Chile con una pura certeza: que estudiaría un magíster en la Universidad Católica de ese país.

Los planes, dicen, sirven para trazar el camino, aunque la vida siempre da vueltas. Pensaba vivir un año en Chile, a lo más año y medio, para terminar mi posgrado y viajar lo que más pudiera por Sudamérica.

Pasaron exactamente cuatro años.

Este post está dedicado a la gente que conocí en Chile y a todos los que me apoyaron desde México, Canadá, Argentina… por ahí me viene a la mente España y también Francia.

Sí, terminé un posgrado. Sí, al volver me ayudó mucho para buscar trabajo. Pero lo más importante de la experiencia es el crecimiento al cual tuve que hacerle frente: el de mí misma con mi persona, con mis miedos, saber que uno no es el ombligo del mundo y que es más fácil convivir cuando piensas más de lo normal en los demás, antes de emitir un juicio.

Mucho que me traje de Chile, claro está.

Aprendí que una ciudad cosmopolita puede tener la calma de un pueblo.

Que la nieve no solo es para comer, como en México, sino que también puedes «volar» en ella, con esquíes en tus pies.

Que la sopaipilla es mejor en invierno.

Que sí, sólo con piel se quita el frío de Chile.

Que los verdaderos amigos tienen diferentes acentos.

Que no hay fronteras. Que la única soberanía es la del amor por los demás.

Que lo importante ya lo tiene uno en sus manos: su vida y cómo la quiere vivir.

Que Violeta Parra tenía razón, hay que agradecer a la vida porque nos da tanto.

Que el hombre imaginario de Nicanor siempre es el mejor.

Que las palabras tienen formas.

Que los prisioneros son músicos.

Que Chile lleva más de 31 minutos.

Que la Moneda no siempre tiene dos caras.

Que Transantiago es más caro que la chucha.

Que chucha no es Jesusa como en México. Es peor.

Gracias Chile, por darme tanto. 

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Todo es un equilibrio

Bueno, me intrigué con las aguasvivas, aguasmalas, lágrimas de mar o medusas, porque me sorprendí que hubiera miles y miles en las costas de Punta del Este, Uruguay. No es común y ocurre uno o dos días y siempre es cuando el agua cambia de temperatura.

El Mar del Plata tiene varias corrientes, por eso un día puede estar gélida como témpano de hielo y otros días tan tibia con una tina de baño en casa.

Aun cuando estos animales resultan una diversión para los pequeños que las cazan y las sacan a la orilla de la playa -uno se encuentra con cementerios de estos bichos al caminar por ahí- y para los mayores es una molestia porque no podemos nadar libremente sin llevarte una quemadura, las medusas cumplen una función muy importante en la vida del mar.

De acuerdo con un estudio del Instituto Tecnológico de California, las medusas son  conductores de aguas frías a la superficie, lo que permite que el mundo marino esté con temperaturas reguladas para que los nutrientes y componentes químicos cumplan sus funciones y se mantenga la temperatura del mar y, por tanto, de la tierra.

¿Qué tal? Eso no quita que sus picaduras duelan y que hay que tener cuidado con las que son del tipo venenoso, ya que pueden quitarte la vida en cosa de minutos. Gracias medusas, pero por favor.. de lejitos.

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Aguas vivas… ¿para qué sirven?

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